Las
puertas del paraíso de
Jerzy Andrzejewski
Rebeca Becerra
PUBLICADO EN:
Caxa Real, Revista
Histórico-Literaria de la
Universidad Nacional Autónoma de Honduras, No. 49-No. 50,
abril-mayo de 2007, Tegucigalpa, Honduras.
Guaraluna:
Revista digital de literatura y
humanidades. Honduras.
Noviembre de 2006.
Dos son los autores que han llevado a la literatura la
leyenda sobre la expedición de cruzadas infantiles del año de 1212, Marcel Schwob
(Chaville, 1867-París, 1905) con su libro La cruzada de los niños (1896), el cual “constituye una joya de la literatura
universal. Mediante una polifonía de voces (ocho monólogos) se describirá la
aciaga suerte de dos columnas de niños que, alentados por las fogosas prédicas
de monjes goliardos, partieron en el siglo XIII de Flandes, el norte de
Alemania y Francia hacia Jerusalén para liberar el Santo Sepulcro. Su fe e
inocencia eran sus únicas armas. Una de las columnas zarparía desde Génova,
perdiéndose los barcos en una tempestad. La otra saldría de Marsella para
arribar a Alejandría, donde los niños serán asesinados, vendidos como esclavos
o destinados a harenes y burdeles. Esta disposición narrativa —una suerte de
anticipo de las técnicas de la denominada historia oral— tenía su antecedente
en el poema narrativo The Ring and the Book (1868) de Robert Browning”[1].
Según Borges en el prólogo a La cruzada de los niños de
Schwob, éste “aplicó a la tarea el método analítico de Robert Browning,
cuyo largo poema narrativo nos revela a través de doce monólogos la intrincada
historia de un crimen, desde el punto de vista del asesino, de su víctima, de
los testigos, del abogado defensor, del fiscal, del juez, del mismo Robert
Browning”[2].
“La primera traducción al castellano de La cruzada de los niños —utilizada en la edición de Tusquets de 1971— fue
efectuada en 1917 por Rafael Cabrera, miembro del célebre grupo mexicano de los
Contemporáneos. Igualmente, Jorge Luis Borges prologará la edición argentina de
1949, reconociendo su deuda literaria con Schwob”[3].
Otro es el autor polaco Jerzy Andrzejewski con su libro Las puertas del paraíso.
Las cruzadas dieron comienzo en
1095 y eran expediciones militares realizadas por cristianos de Europa
occidental y por petición del Papa Urbano II, cuyo objetivo era liberar a
Jerusalén y el Santo Sepulcro, además de otros lugares santos que se
encontraban en manos de los musulmanes. Pero también fueron motivadas por los
intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia
y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente.
Se llevaron a cabo cuatro cruzadas desde el 12 de noviembre de 1095 hasta 1119
cuando se efectuó la cuarta, aunque los historiadores no se ponen de acuerdo respecto a su finalización, y han propuesto fechas que van
desde 1270 hasta incluso 1798.
Entre las cruzadas infantiles se mencionan: La
expedición de cruzados infantiles de Borgoña y la cruzada infantil de Alemania.
Se cree que quienes incitaron a los niños a las cruzadas fueron frailes
capuchinos para que continuasen la obra que, había caído en la desconfianza
hacia los cruzados mayores y que solamente un espíritu sano y limpio podría
llevar a cabo tal empresa divina: los niños.
Los niños “creían poder atravesar a pie enjuto
los mares. ¿No los autorizaban y protegían las palabras del Evangelio Dejad
que los niños vengan a mí, y no los impidáis (Lucas 18:16); no había
declarado el Señor que basta la fe para mover una montaña (Mateo 17:20)?
Esperanzados, ignorantes, felices, se encaminaron a los puertos del Sur. El
previsto milagro no aconteció. Dios permitió que la columna francesa fuera
secuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto; la alemana se
perdió y desapareció,
devorada por una bárbara geografía y (se conjetura) por pestilencias”[4].
Las historias
de Schwob y
principalmente Andrzejewski están basadas en las cruzadas que se emprendieron
en los territorios de Francia. La de Andrzejewski es una versión más
contemporánea sobre esta ingenua leyenda. Las puertas del paraíso fue
publicada en 1959, y significó un desafío en su momento ya que rechazaba por
completo la estética oficial de Polonia.
Las puertas del paraíso se
aleja completamente del estilo simbolista y teosófico de Marcel Schwob,
Andrzejewski “logró crear con ese antiguo tema un monólogo de extrema tensión
lingüística cuyo núcleo es aún más insondable que el del relato de Schwob”[5]
La única traducción al español de esta maravillosa novela
fue realizada por Sergio Pitol, escritor mexicano, que vivió y conoció a
Andrzejewski en su país natal Polonia, durante los años de 1963 a 1966.
Para Pitol la novela se compone de dos frases únicas, la
primera que consta de ciento cincuenta páginas y la segunda que consta de cinco
palabras. En la primera se entretejen las confesiones de los cinco adolescentes
de Cloyes; es una parte tormentosa y oscura, un rosario de confesiones
complejas que van asombrando al lector a medida que avanza en ese picado mar de
palabras. Y la segunda es una sola frase que cierra la novela con la esperanza
y la desesperanza de llegar a las puertas de Jerusalén: “Y caminaron toda la
noche”[6].
Un gran aporte de los autores del siglo XX a la narrativa
universal fue el hecho de crear y concretar a través de sus obras modernas
formas narrativas. La obra de Andrzejewski se encuentra inmersa dentro de estas
grandes obras innovadoras y perdurables a través del tiempo. “Su hálito poético
ha resistido perfectamente al tiempo, y su sentido, a pesar de lo explícitas
que parecen las confesiones, parecen ahora aún más enigmáticas”[7].
Esa primera parte a la que se refiere Sergio Pitol, se
entreteje a través de un ejercicio reiterativo, es común la repetición del
objetivo que se persigue con la cruzada como una obsesión, liberar a Jerusalén
de los turcos infieles, atravesar sus muros y rescatar al Santo Sepulcro;
además de la repetición de otros párrafos u oraciones claves dentro de la
novela. Este carácter de elementos reiterativos, sumado a otros como las
palabras iniciales que introducen los monólogos o las voces de los personajes: dijo, pensó.... nos remiten a las
características de la literatura de carácter oral. Y es que esta leyenda ha
sido transmitida a través de este vehículo.
Hay dos caras dentro de esta historia primera, parecieran
dos objetivos completamente diferentes; el centro de la novela se mueve de un
lado a otro sin encontrar valga la redundancia su propio centro: Uno es la
procesión hacia los muros de Jerusalén y otro son las historias amorosas que
cada uno de los adolescentes van expulsando de sus cuerpos como demonios para
que el Padre los absuelva y poder continuar en la cruzada. Esta primera parte
está presentada como un rosario de palabras donde Andrzejewski no hace
concesiones al lector/a debido a que no hay pausas mayores, me refiero a puntos.
Solamente hay pausas pequeñas o comas, esta intención estructural también pareciera
ser el móvil de la novela; entonces encontramos tres centros que buscan su
centro y no logramos al final de la lectura definirlo. Las pausas cortas a
través de comas marcan un ritmo y atrapan al lector/a al que solamente le queda
continuar leyendo la historia hasta que se acabe la novela y encontrar ese
punto y aparte tan deseado. Andrzejewski crea a través de su técnica una
tensión lingüística extraordinaria que escruta nuestros limitados conocimientos
técnicos narrativos.
La fábula trata de cuatro adolescentes de la aldea de
Cloyes que marchan hacia los muros de Jerusalén a liberar al Santo Sepulcro de
los turcos infieles, después de que uno de ellos Santiago, el hallado, mejor conocido por sus dotes naturales como Santiago, el bello, tiene una visión en su cabaña
donde vive solitario debido a su orfandad. Todos son adolescentes entre 14 y 16
años. Los otros son Maud, la hija del herrero, Roberto el hijo del molinero,
Blanca la hija del carpintero y Santiago, que es pastor. Los acompañan Alesio Melisseno,
griego de Bizancio, Conde de Chartres y de Bliois. Es importante destacar que
los niños de la leyenda de las cruzadas eran menores de 12 años, por lo tanto
criaturas inocentes lanzados a una empresa sumamente descabellada. Andrzejewski
hace su propia versión en esta novela que aunque nos remita a un hecho
posiblemente real nos interna también en la ficción. El verdadero pastor que
tuvo la visión o la revelación fue de nombre Esteban quien abandonó el rebaño,
corrió al lugar y reunió a todos los niños. Pero no solamente los niños le
escucharon, sino también los mayores. En Las puertas del paraíso,
Santiago baja a la plaza del pueblo donde suspende una fiesta, el casamiento de
la hermana de Maud, y anuncia:
“Dios todopoderoso me ha revelado que frente a la
insensible ceguera de los reyes, príncipes y caballeros es necesario que los
niños cristianos hagan gracia y caridad a la cuidad de Jerusalén en manos de
los turcos infieles, porque por encima de todas las potencias de la tierra y el
mar sólo la fe ferviente y la inocencia de los niños puede realizar la más
grandes empresas, tener piedad de la Tierra Santa y del Sepulcro solitario de
Jesús...”
En esta historia los mayores no están de acuerdo
por lo que no se les unen a la cruzada como se supone que sucedió en la realidad.
Solamente marcha con ellos a la cabeza un fraile menor quien en un sueño se le
reveló que dicha empresa iba a ser un fracaso; en el sueño escucha una voz que
le muestra los muros de Jerusalén que no son más que un desierto inanimado y
calcinado por el sol. Asimismo se le aparecen dos jóvenes que avanzan solos a
través de este desierto, uno de ellos muere, el otro continúa la marcha; en el
sueño el padre descubre que ese joven es Santiago, el hallado; el fraile comprende que todos los demás han muerto en
la travesía, por lo que decide a través de la confesión saber el origen de todo
lo que está sucediendo para comprender el significado y por qué el Señor no lo
tomó en cuenta para emprender tal empresa, realiza una confesión general,
ausculta el espíritu de los adolescentes para saber si en alguna de ellas se
esconde un grave pecado y absolverlo.
“Schwob en La cruzada
de los niños presenta de modo sucesivo los monólogos infantiles, y los de algunos
personajes que participaron, aunque sea casualmente en aquella empresa
inaudita. Andrzejewski,
por el contrario, intenta la simultaneidad”[8].
Esta simultaneidad nos permite conocer los pensamientos y acciones ocultas de
los cuatro adolescentes, dicha simultaneidad se lleva a cabo a través del
ejercicio de la confesión; sin embargo dentro de ésta se van dar paralelamente
otras confesiones como la autoconfesión del fraile menor, y aun más intrincado
dentro de las confesiones de los personajes de los cuatro jóvenes se van a
confesar otros personajes por boca de los primeros, como la del padre adoptivo
de Alesio Melisseno, el Conde Ludovico de Vendome, quien se confiesa a través
de su hijastro y posteriormente a través de Santiago, el bello.
Pero
qué es lo que encierran esas confesiones: pues que el móvil de la cruzada son
las pasiones ocultas, el deseo del cuerpo y no la fe, una cuestión de moral.
Cada una de las confesiones pasa a formar parte de la anterior, es decir se van
entrelazando de una manera que una esclarece o amplía la otra. A medida que
avanzan el escritor va dando nuevos elementos que poco a poco se van integrando
en un todo complejo. Es una fábula fragmentada pero donde al mismo tiempo se
integran el punto de vista del narrador y las voces de los personajes.
El
tercer día de las confesiones ha llegado y toca confesar a los cuatro jóvenes:
Maud, Blanca, Roberto y Santiago. El fraile percibe grandes pecados detrás de
la empresa pero “su larga vida de confesor le ha enseñado que de los
sufrimientos, de los infortunios y de la perdición pueden nacer también el
deseo de la fe, y que las mismas fuentes envenenadas son capaces de generar un
milagro. Y ese milagro no puede ser sino el rescate del Sepulcro de Cristo. Él
estará presente en el momento supremo. Siente que su muerte está próxima, pero
esa muerte alcanzará una grandeza que su vida jamás ha conocido”[9].
Está dispuesto a absolverlos a todos, pero a medida que avanzan las confesiones
su espíritu entra en una disputa moral que lo hace reflexionar sobre la fe y
razón. Para Pitol esta “contienda moral constituye la más sólida columna de la
novela; sin esta reflexión ética la novela sería de cualquier manera asombrosa,
pero correría el riesgo de que la aquejara una situación decorativa y
arqueológica”[10].
Son
confesados desde los pecados más simples hasta los más complejos moralmente
como la relación sexual del Conde Ludovico con su hijastro Alesio Melisseno. A
través de las confesiones nos vamos dando cuenta de la vida de cada personaje y
cómo se entrelazan unas vidas con otras.
“El
final es terrible, el último confesante, Santiago de Cloyes, el iluminado por
la gracia de Dios, no puede ser absuelto. Lo que el niño cree ser una
iluminación no lo es. El confesor comprende que debe detener esa marcha de la
locura, de la inocencia, de las pasiones y la mentira”[11].
Comprende que su sueño solamente fue una premonición y no una señal que lo
llevaría ser testigo de una gloriosa empresa. En el fraile se simboliza la
razón, pero esa razón será aplastada por lo onírico, la pasión, el deseo y lo
irracional de la adolescencia que marchará sobre su cuerpo que ha sido
derribado por el brazo de una enorme cruz.
Finalmente aunque el texto no lo anuncie, se vislumbra un
final funesto como supuestamente sucedió en la realidad. “Y caminaron toda
la noche” nos dice la segunda parte de esta novela, frase única y
avasalladora que nos muestra la pérdida total en las tinieblas humanas de estas
almas adolescentes, quienes engañadas marcharon hacia las puertas de un paraíso
ilusorio.
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