jueves, 21 de noviembre de 2013

MAYOR VÍCTOR LONGINO BECERRA VALDEZ, SUBTENIENTE DE LOS DORADOS DE VILLA



Rebeca Becerra



Víctor Longino Becerra Valdez, nació en la ciudad de León, estado de Guanajuato, México, el 15 de marzo de 1895. Desde niño trabajó como ayudante de su padre, Jorge Abraham Becerra en la explotación de oro y plata de las minas de Guanajuato. A la edad de 15 años se convirtió en barrenador en la explotación de las minas siempre bajo la vigilancia de nuestro abuelo Jorge Abraham Becerra de origen español y de un carácter fuerte y violento. Nuestro padre era el quinto hermano de  una familia compuesta por catorce hermanas; trabajó ocho años en las minas de Guanajuato en jornadas de trabajo de catorce horas diarias y un salario que agudizaba cada día más el hambre y la miseria de toda su familia. Su madre  se llamaba Estefanía Valdez de Becerra.

En el año de 1911, Víctor Becerra fue arrollado por la vorágine sangrienta de la revolución mexicana de 1910, se unió a ella buscando el derrocamiento de la sangrienta dictadura de Porfirio Díaz y poner en práctica un amplio plan de reforma agraria que le garantizara la tierra a los campesinos pobres de su país. Se alistó en las filas de los insurgentes (bola) del General Francisco Villa a la edad de 15 años cumplidos como soldado de cuadra y ayudante del herrero del ejército de caballería, lugar donde aprendió el oficio de herrería y alcanzó el grado militar de Sargento Segundo a la edad de dieciocho años. El cuerpo de caballería al cual ingresó, estaba al mando del Mayor del ejército Villista Demetrio González, hombre que lo apreciaba mucho por su corta edad, su inteligencia y su interés por conocer a fondo la causa de la revolución.

Alcanzó su mayoría de edad entre derrotas y triunfos de múltiples batallas que peleó su fuerza de caballería en una de las cuales murió su maestro de herrería conocido con el nombre de Alcides, quien fue sepultado no en un cementerio cristiano sino a la vera de un camino de herradura. Víctor Becerra  fue nombrado herrero del ejército de caballería y de las fuerzas militares de Francisco Villa, su tarea diaria era herrar caballos, reparar fusiles y cañones, reparar ruedas de carretas y hacer toda clase de implementos para gobernar las bestias. Es decir que él creció bajo el constante y permanente retumbar de los cañones, bajo el múltiple tronar de las ametralladoras y bajo la silbante fusilería de infantería. Fue en estas condiciones donde templó su espíritu y modeló su fuerte carácter de guerrero que nunca pudo abandonar por el resto de su vida.

Como hombre hábil que era, en las filas de la revolución aprendió a forjar herraduras, a forjar frenos y espuelas para altos oficiales del ejército, reparaba las carretas que halaban los cañones, reparaba los cañones, forjaba piezas de fusiles de infantería y dirigía la cuadra de bestias de tiro, nunca olvidó las enseñanzas de su maestro. Se especializó en la reparación de toda clase de armas porque en las filas de sus tropas él era el responsable del buen funcionamiento de la artillería y de todas las armas de infantería.

Fue parte importante del “tren de guerra” de las tropas que comandaba el General Felipe Ángeles, uno de los hombres más estimados por el General Villa, porque era uno de los soldados más bravos, más valientes y temerarios de las filas del ejército que Villa encabezaba. El General Felipe Ángeles desgraciadamente se apartó del ejército Villista por desavenencias personales y fue fusilado en Chiguagua en el año de 1920 después de su regreso de los Estados Unidos, lugar donde fue a gestionar ayuda militar para continuar la lucha revolucionaria que ya comenzaba a debilitarse en todo México y los campesinos aún no habían recibido las promesas de los políticos. Estas ambiciones personales que lo llevaron a la muerte fueron aprobadas por un nuevo diseño político de paz que se fraguaba en la alta burguesía mexicana la cual había decidido eliminar a todo rebelde que quería continuar peleando por el progreso y el desarrollo de sus comunidades.

Víctor Becerra, el viejo como cariñosamente le decían sus hijos, abandonó el cuerpo de caballería al cual pertenecía y pasó a formar parte de la oficialidad íntima del General Villa reconocida con el nombre de “Los Dorados de Villa”, en esta posición alcanzó el grado de Subteniente a la edad de veinte años. Era el oficial más joven del comando, responsable de la vida del “Centauro del Norte”. 

En la lucha revolucionaria del pueblo mexicano se involucraron todos los sectores sociales, políticos y religiosos del país, intervinieron todas las fuerzas económicas y religiosas de la época, como dicen: no quedó santo parado para confesarse a la hora de la muerte. En esta convulsiva época social, México era un país tradicionalista pero los nuevos tiempos requerían de nuevas sociedades organizadas alrededor de un proyecto de progreso democrático globalizado para poder sobrevivir en tranquilidad en el contexto del mundo nuevo que irrumpía la historia del pasado esclavista. Los modelos económicos de explotación se habían agotado; el modelo político ideológico estaba desfasado; la dignidad del pueblo reprimido estaba harto de tanta injusticia; la especulación de los productos de consumo se habían convertido en oro y plata pura para los pobres; la vida socioeconómica de las grandes masas del pueblo estaban sumidas en la indigencia generalizada. No había alternativa, no había agujero por donde respirar, no había ni dirigentes a quien creer más; motivos más que suficientes para que el pueblo indígena y campesino de México se indignara al punto de tomar las armas para hacerse su propia justicia y enderezar el derecho de vivir en paz, justicia y libertad. El pueblo pobre pedía a gritos las transformaciones justas y honestas dentro del sistema que los dominaba, pero el proceso de desarrollo y modernización del Estado y la economía que les ofrecía la burguesía dominante jugaba con las leyes en el aparato judicial que gobernaba y por eso los indios y lo campesinos nunca lograron sus tierras, su vida y su estabilidad social. Por eso no fue nada extraño que de la noche a la mañana brotaran en la nación Mexicana miles de líderes levantados en armas contra la imperante situación que los agobiaba; contra los gobiernos enemigos del progreso ayunos de sensibilidad social. No fue extraño entonces que la revolución popular prendiera como reguero de pólvora por todo lo ancho y largo del territorio.

Para el año de 1920 parte de las tropas del General Villa habían desalojado de Tuxtla, Gutiérrez en el estado de Chiapas una columna de mil quinientos hombres armados que habían tomado la ciudad y estaban haciendo fechorías fuera de las leyes de la guerra en toda la ciudad; cuando se dieron cuenta que las tropas de Villa se acercaban el General del ejército corrupto Álvaro Obregón se retiró al centro del país para proteger sus tropas diezmadas por los ejércitos del General Villa; de todas estas tropas ochocientos hombres enemigos de Villa se habían tomado parte de la ciudad de Tuxtla, Gutiérrez donde se habían hecho fuertes en su defensa y donde estaban saqueando y violando las mujeres de toda la región; habían sembrado el terror y habían sembrado que la moral del revolucionario no era justa. Una pequeña columna de ciento cincuenta hombres se apartó del resto de este grupo y tomó por la fuerza el pueblo de Comitán, Flores aterrorizando a toda la población con sus bandalescas acciones que cometían en contra de los humildes moradores de la misma.

Por órdenes superiores, el Subteniente Becerra fue comisionado para que hiciera contacto con los bandidos de Comitán, los sometiera por la fuerza y los conminara a un rendimiento, previo desarme con la promesa de dejarlos en libertad después del rendimiento. Pero resultó que cuando el Subteniente Becerra y sus sesenta hombres tomaron el pueblo de Comitán los insubordinados se habían retirado ordenadamente a la hacienda ganadera de “Casas Grandes” aledaño a San Cristóbal de Las Casas justamente donde tiene lugar el levantamiento armado del ejército Zapatista de Liberación Nacional al mando del Comandante guerrillero Marcos, revolución armada que comenzó a operar en enero de 1994.

El Subteniente Víctor Longino Becerra y sus sesenta hombres bien armados se dirigieron a la hacienda de “Casas Grandes” en franca persecución contra los hombres que iban aterrorizando a todas las comunidades que encontraban a su paso por el estado de Chiapas. El Subteniente Becerra tomó rumbo a la hacienda donde se suponía se encontraba el enemigo que tenía que disuadir; para lograr su objetivo, tomó una vieja carretera cercada por ambos lados con cercas de piedra acomodada por ser la única ruta que había para llegar a donde se encontraban el resto de los hombres armados del General Obregón. Ruta que militarmente no debía de tomar porque era un lugar propicio para tenderle una emboscada a cualquier ejército. El Subteniente Becerra no había terminado de desandar la peligrosa vía que con las reflexiones militares necesarias sabía del peligro que lo acechaba, cuando de pronto de ambos lados del callejón comenzaron a dispararle y a hacer blanco sobre la mayor parte de sus hombres. Al final de la triste y devastadora emboscada perdió más de treinta y cinco hombres entre muertos y heridos. Los hombres que lograron salir ilesos de aquella temible trampa tomaron rumbos diferentes en completa desbandada para escapar y proteger su vida y que no les permitió reagruparse fuera del lugar donde fueron abatidos.

En el mes de mayo de 1920 el Subteniente Becerra alcanzó la frontera de Guatemala, después de andar perdido por los bosques de aquella inhóspita región del Estado de Chiapas. Llegó a la frontera acompañado de ocho fieles compañeros de armas, todos estaban armados, hambrientos, descalzos y sus ropas estaban desgarradas. En aquellas lamentables condiciones todos decidieron entregarse a las autoridades de Guatemala y abandonar la lucha después de tantos años de pelear en el ejército del General Villa. Por una decisión unánime decidieron entregar sus armas al ejército de Guatemala y rendirse sin oponer resistencia. Por órdenes del Presidente General Cabrera los dejaron en libertad a todos con la opción de regresar a México o quedarse en Centro América si así lo deseaba el grupo.

No cabe la menor duda que los años de lucha en las filas del ejército villista modelaron sensiblemente su vida y su comportamiento en las relaciones sociales y la responsabilidad paternal. Becerra era un hombre que a temprana edad había madurado conscientemente por eso su presencia en cualquier grupo social se hacía notar de inmediato y superaba cualquier dificultad que se presentara con gran facilidad. Era un hombre con gran habilidad para hablar en público, sobre todo cuando se trataba de temas políticos; era un hombre hábil para todos los oficios, lo mismo manejaba una tenaza para moldear una pieza en la fragua que manejar un serrucho de carpintería para hacer un mueble cualquiera. El Subteniente Becerra era un hombre de una vasta cultura general que le permitía tener una clara respuesta que se hiciera bien de historia, filosofía o sociología; era un autodidacta que se preparó con el hábito de la lectura permanente en el taller, en la casa o sobre el lomo de una mula o en el asiento de un vehículo; leía toda clase de libros y revistas pero sobre todo leía la Biblia con gran dedicación; oía todos los noticieros de la época y le gustaba tener amigos con quien discutir los problemas sociales y sacar de la discusión una lección que le sirviera para ilustración de su acervo cultural adquirido a base de dedicación y experiencia.

Era un hombre incansable para escribir, siempre se levantaba a altas horas de la madrugada a hacer anotaciones en los escritos de los libros que estaba escribiendo: “El pensamiento tiene alas” reflexiones sobre la Biblia, “Lo inadmisible de la Segunda Guerra Mundial”, “Memorias de la Revolución Mexicana” y “Las guerras intestinas de Centro América”. Todos estos libros inéditos y cientos de manuscritos más fueron destruidos por la furia que sostenía el Gobierno de Oswaldo López Arellano por considerar todos los volúmenes escritos de Víctor Becerra como un material subversivo de corte comunista.

En 1966 el ejército asaltó abiertamente su hogar y confiscó todos sus escritos y correspondencia personal, partes de guerra y lo más grosero y criminal de este hecho fue haberse robado tres mil volúmenes de cultura general pertenecientes a su hijo Longino Vidal Becerra Alvarado. Víctor Longino Becerra luchó para tratar de recuperar sus escritos y la biblioteca de su hijo Longino tres años consecutivos y a cambio de su esfuerzo un mal día las tropas de Oswaldo López Arellano volvieron a invadir su casa con el objeto de disuadirlo a golpes, como no pudieron someterlo lo amarraron en una silla y lo colocaron en el centro de la sala de la casa por veinticuatro largas horas al término de las cuales fue puesto en libertad.




Oswaldo López Arellano era el Jefe de las Fuerzas Armadas de nuestro país cuando cometió el salvaje crimen canallesco de asaltar el hogar de Víctor Becerra y su esposa Sofía Alvarado y destruir como un cavernario gran parte de la historia de la familia; historia de las luchas de Centro América, historia de la lucha de la caída de Cabrera en Guatemala y parte de la historia de la revolución mexicana. A este mismo “cerdo” un buen día se le metió en la cabeza que debía ser presidente de Honduras y para lograrlo asaltó el poder de la nación mediante un sangriento golpe de Estado que dejó cientos de muertos y dio al traste con el gobierno del Dr. Ramón Villeda Morales.

Víctor Becerra continuó luchando en territorio guatemalteco incorporándose a la planeación del asalto final contra la dictadura de Manuel Estrada Cabrera. El 3 de mayo de 1920 el joven Subteniente de las filas del General Villa se encontraba dirigiendo una columna de hombres indígenas bien armados contra el cuartel general donde se hallaba el mandatario acompañado de su familia y el poeta José Santos Chocano. Víctor Becerra y su gente avanzaba bajo una lluvia de balas por la calzada que daba al fuerte La Palma, todas las fuerzas insurgentes que buscaban la cabeza del dictador marchaban lentamente al flanco de las tropas que dirigía el Subteniente Longino Becerra, a su lado confundido con los indígenas marchaba, fusil en mano, el valiente profesional Juan José Arévalo. Después de 4 días de fuertes combates y una tenaz resistencia de parte de los federales que defendían al General Manuel Estrada Cabrera, el Subteniente Becerra y su gente logró alcanzar los muros del fuerte, trinchera donde se hallaba el dictador con la plana mayor de su ejército y su abultado gabinete político que lo sostenía en el poder. El Subteniente Becerra y su gente no pudieron encontrar paso ni por los enormes portones ni por encima de los muros para penetrar al interior de la fortaleza, fue frente a esta desesperada dificultad estratégica que ordenó a su compañero de guerra Senovio Moreno que dinamitara los portones del frente La Palma, portones que cedieron por las fuertes descargas de dinamita y dieron paso al interior del mismo a los combatientes indígenas.

Cabrera fue capturado por Víctor Longino Becerra, junto al dictador fue capturado el poeta mexicano José Santos Chocano y numerosos profesionales del nutrido gabinete del gobierno del dictador. La presencia de mi padre en la rendición del fuerte “La Palma” fue definitiva porque contuvo con su fuerte voz de mando parte de las sangrientas venganzas que los combatientes indígenas embravecidos por tantos días de lucha y tantos muertos caídos en combate, no respetaban la vida de los enemigos rendidos. El Movimiento Unionista que derrocó al dictador Manuel Estrada Cabrera llevó a la presidencia de la República al Diputado del Congreso Nacional de Guatemala Carlos Herrera, máximo dirigente de la revolución que terminó con la sangrienta dictadura del General Cabrera en la República de Guatemala.

Becerra fue llamado para ser felicitado por su importante participación en el derrocamiento del dictador y para ofrecerle como premio a su importante labor, la Comandancia de Armas del Departamento de Escuintla, en vista de su capacidad militar; puesto que no aceptó porque se sentía afectado moral y espiritualmente por tanta matanza de hombres, mujeres, religiosos y niños inocentes que había visto durante más de 6 años de guerra, situación que lo obligó a plantear al nuevo ejército de Guatemala su baja militar, que en un primer momento fue rechazada, pero que al final fue aceptada previo ascenso de grado de Mayor del Ejército Guatemalteco. Becerra recibió su baja del Ejército Nacional  de Guatemala y el despacho que acreditaba su nuevo grado militar de Mayor, y de recibir asimismo un acuerdo del nuevo Presidente Carlos Herrera donde hacía constar su valiente participación en el derrocamiento del dictador Estrada Cabrera, y se pedía a las autoridades civiles y militares que ayudaran de la mejor manera posible al ciudadano mexicano Víctor Longino Becerra, por su meritoria participación en la guerra civil que acabó con el dictador y por haber colaborado a sentar la bases de la nueva democracia popular que estaba formalizando el gobierno y pueblo de Guatemala.

En Honduras por coincidencias del destino Gregorio Ferrera y sus hombres se instalaron en la hacienda de Víctor Becerra en el departamento de Copán, estando Becerra fuera de su propiedad, sin embargo al presentarse y disculparse Ferrera por haber tomado su hacienda y pertenencias, Becerra reaccionó con la mayor amabilidad posible y de ahí surgió una gran amistad entre los dos que los llevó a combatir contra el General Vicente Tosta. Posteriormente fue llamado por el General Justo Umaña quien envió a la hacienda de Becerra al General Gonzalo Deras, el General Juan Blas Domínguez, a Baltazar Contreras de San Jerónimo y a Víctor Cojolum un guatemalteco, para conocer sus planes de guerra y nuevamente se vio involucrado en las luchas civiles participando en la Batalla de Las Vueltas del Rodeo en 1932. Posteriormente se vio obligado a abandonar la hacienda Pájaros de Piedras Negras que el padre de su esposa Santos Alvarado había dado en herencia a su hija Sofía Alvarado Tábora, pues Santos Alvarado amigo personal de Tiburcio Carías Andino dio orden de asesinarlo donde fuera encontrado, Becerra Valdez se trasladó junto a su familia a la costa norte de Honduras[1].




[1] Tomado de las memorias de nuestro padre Roberto Isauro Becerra Alvarado.

1 comentario:

  1. muy interesante
    revisando unos periodicos de la unah, hemeroteca encontre un foto en periodicos de principios del siglo XX de una niña becerra
    te la buscare de nuevo

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