Rebeca Becerra
2 de noviembre de 2013
Todas las culturas tienen dentro de su cosmovisión una
mirada particular sobre la muerte. Las culturas del área mesoamericana (Olmecas,
Toltecas, Mayas, Zapotecas, Aztecas, Lencas, Maya-Chortí, etc.) compartían una
visón con características muy similares: La muerte y la vida, las cuales no
podían existir la una sin la otra, pero además esta visión era dialéctica
porque llevaba implícito la transformación o el cambio. La concepción de la
muerte era vista como algo cotidiano, algo que formaba parte de sus vidas
diarias, que estaba presente en su escritura, su arte, sus ritos, sus
tradiciones y literatura oral, y era algo a lo que no se debía de temer pues
solamente significaba una transformación que era bien recibida. La idea que las
personas buenas se van para el cielo y las malas para el infierno no era
concebida en estas sociedades hasta durante y después de la conquista española.
Tampoco era concebido el temor a morir, el temor a la misma muerte o los muertos, o el completo olvido de ellos en los lugares de descanso como
ocurre actualmente (cementerios) en nuestras sociedades debido a las diversas
religiones que co-existen. Las culturas mesoamericanas realizaban a través de
rituales una celebración que consistía en compartir con sus ancestros, quienes
regresaban a sus casas a convivir y disfrutar de las fragancias de lo producido
durante el año. Los ancestros eran y son los portadores del conocimiento de su
cultura.
Durante la colonización, los españoles al no comprender
esta nueva visión de la muerte, e implantar una religión completamente opuesta
que calificaba la cosmovisión de las culturas mesoamericanas como paganas,
llevó a cabo un proceso de imposición del catolicismo —además por supuesto con otros
objetivos— ante la cual los nativos para
no olvidar completamente sus creencias idearon formas de camuflaje y al
combinarse elementos de la religión católica con elementos de las creencias
prehispánicas se creó un sincretismo cultural que es el legado de aquellas
personas que lucharon durante años para que, elementos prehispánicos culturales
no desaparecieran y que pervivieran hoy en las tradiciones de algunas
comunidades indígenas en Honduras de descendencia mesoamericana como el pueblo étnico
Lenca.
Lo que hicieron los españoles que trajeron consigo nuevas
creencias religiosas católicas y europeas fue hacer coincidir —por no decir imponer—
dichas celebraciones católicas con las mesoamericanas: El Día de los Fieles
Difuntos, instaurada por el benedictino San Odilón, Abad de
Cluny hacia el año 1049, tiene como principal
objetivo orar por aquellas almas que han acabado su vida terrenal, pero
principalmente por aquellas que se encuentran en el purgatorio, aquellas almas
que al tiempo de morir no se atrevieron a confesar sus pecados y por lo tanto
no han sido premiadas para alcanzar el cielo. Es celebrado por la iglesia
católica el 2 de noviembre. El día 1 de noviembre instituido por la iglesia
católica, es una conmemoración hacia todos los santos, se
trata de compensar con rezos y misas a los santos que durante el año han sido
olvidados por las y los fieles católicos y tiene que compensarse con rezos,
prácticamente no es fiesta religiosa sino una imposición.
Lo
que muchas personas no saben es que estas celebraciones instauradas por la
iglesia católica no son propiamente surgidas en ésta ni pensadas dentro de su seno por sus grandes teólogos, fueron fiestas paganas pre-cristianas europeas,
tradiciones que tenían que ver con las celebraciones del inicio del año nuevo o
el inicio del equinoccio de otoño, de los ciclos agrícolas, etc., (fiestas
paganas según la iglesia católica). Tradiciones que han incorporado como parte
de su estrategia para despojar a los pueblos y culturas de sus tradiciones y
costumbres e instaurarlas como católicas; situación que igualmente pasó en
América.
El día de los muertos es una
celebración de origen mesoamericana que tiene sus rasgos más fuertes en las
culturas indígenas de México, tanto así que esta celebración ha sido declarada
por la UNESCO como Obra
Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
Dice el documento de UNESCO que es: "...una de las
representaciones
más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y
como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los
grupos indígenas del país." Además en el documento de declaratoria se destaca: "Ese encuentro anual entre las personas que la celebran y sus
antepasados, desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo
en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad..." además
de: "...aunque la tradición no está
formalmente amenazada, su dimensión estética y cultural debe preservarse del
creciente número de expresiones no indígenas y de carácter comercial que
tienden afectar su contenido inmaterial."[1]
En pocas palabras hay que protegerlas de la depredación cultural del capitalismo.
Los lencas del municipio de Yamaranguila tienen una concepción
religiosa sincrética a la que ellos denominan “religión antigua” y que se lleva
a cabo bajo la institución de la Auxiliaría de la Vara Alta de Moisés o Divinas
Majestades, que rige la vida religiosa y cultural de la comunidad (composturas,
ritos curativos y guancascos entre otras prácticas). Las Varas Altas son el
mayor símbolo de respeto, más que las imágenes de vírgenes y santos católicos.
Esta institución data del período colonial, cuando los indígenas fueron
sometidos y se crearon los llamados pueblos
de indios, estos pueblos eran controlados
por los mismos líderes indígenas a los cuales se les entregó un bastón de mando
como reconocimiento de poder ante los miembros de cada pueblo de indios, con el
fin de mantener la unidad dentro de la comunidad para controlar mejor a las y
los indígenas en un determinado territorio y poder llevar a cabo, los
españoles, su proceso de colonización y explotación.
Sin embargo esta forma “administrativa de dominación
indígena” por parte de los españoles permitió que adentro se llevara a cabo un
proceso de resistencia cultural al mando de sus propias autoridades,
consolidando de esta manera una identidad étnica y articulando elementos
impuestos de la religión católica con elementos propios de su cultura. Aquellos
lugares donde no se pudo organizar pueblos de indios, la cultura fue absorbida
por la imposición de la lengua y tradiciones españolas/europeas, pues la fuerza
y la resistencia se encontraba en la unidad étnica.
¿Qué celebran las comunidades del municipio de Yamaranguila el 1 y 2 de noviembre?
Las
composturas lencas son un agradecimiento ya sea a la tierra, a los ancestros, a
Dios y los santos, etc. Las más conocidas son las composturas que giran en
torno a la tierra y el ciclo agrícola, existen otras como la compostura del
barro. Las composturas que giran en torno al ciclo agrícola y que actualmente
se llevan son: la compostura del tamo o de los desperdicios el 25 de abril; la
compostura de la tierra el 3 de mayo (nuevamente coincidiendo con el Día de la
Cruz, celebración católica) y finalmente el 1 de noviembre se realiza la
compostura de la Entrada del maíz común. Estas 3 composturas que han
sobrevivido formaban parte de una serie de 6 a 9 que se realizaban durante todo
el año. Muchos elementos foráneos han impedido el desaparecimiento de estas
celebraciones, principalmente la falta de apoyo de la iglesia católica, la
falta de recursos económicos para llevarlas a cabo, pues éstas implican la
compra de varios elementos como el copal traído de Guatemala, el cacao para
hacer el chilate, las ofrendas de comida hechas de maíz, candelas, varas de
cohetes, las aves para hacer los sacrificios, etc., la falta de políticas
culturales por parte del Estado, etc.
El
31 de octubre, mientras muchos hondureños y hondureñas celebraron el día de
brujas o halloween, los lencas de Yamaranguila seguramente realizaron la
tapisca del maíz, y en la Auxiliaría de la Vara Alta de Moisés prepararon el altar de las Divinas Majestades,
adornándolo con flores y ramas, candelas, zomos, mazorcas de maíz, agua y
copal; y seguramente ayer 1 de noviembre llevaron a cabo el ritual de la
Entrada del maíz común. Es maravillo ver como el 1 de noviembre bien temprano
bajan de las montañas a la iglesia de Yaranguila lencas, llevando mazorcas de
maíz y flores a bendecirlas; envueltas en trapos, en morrales y otros en sacos.
Posteriormente las van a depositarlas al altar de la Auxiliaría de la Vara Alta
de Moisés.
La
celebración de la Auxiliaría consiste en recibir el maíz que ha sido producido
en común y realizar la compostura que dura toda la noche.
La
Entrada del maíz común es una festividad a la vida, a los alimentos que ha
producido la tierra, a la tierra misma; es una celebración de renovación porque
se preparan para un nuevo año y una nueva siembra y cosecha.
Se realiza durante el día que es
cuando se recibe el maíz común, marcado por tres pasos: la salida, el encuentro, y
finalmente la llegada. Primero presentan
el maíz común en la iglesia, esto lo realizan en la parte frontal y lo bendicen
con copal, hacen rezos y lanzan cohetes, no entran a la iglesia pues lo tienen
prohibido; los pasos los realizan los integrantes de la Auxiliaría de la Vara
Alta. Todo esto va acompañado con música de tambor y portando las Varas Altas
que es una de las ocasiones en que salen de la Auxiliaría. Luego llevan el maíz
al altar de las Varas Altas donde antes de entrar nuevamente lo bendicen con
copal y rezos. Una vez adentro la mayor parte es desgranado para hacer la
comida para el ritual; otra parte se deja para alimentar durante el año a los
integrantes de la Auxiliaría.
El
ritual va acompañado de rezos, bendiciones con copal, toma de chicha y chilate,
y sacrificio de aves. La sangre de las aves se riega en el maíz desgranado y la
demás en un plato para luego echárselo a la comida. Una vez finalizado el
ritual se reparte la comida entre las y los asistentes.
El día 2 de noviembre los lencas de las
comunidades del municipio de Yamaranguila asisten muy temprano al cementerio
donde van a compartir con sus ancestros fallecidos, hacen altares con flores
candelas, y comida cerca de las tumbas, generalmente pasan todo el día con sus difuntos.
Algunos llevan las cruces de San José Grande y San José Chiquito para
bendecirlas y solicitar permiso a sus ancestros/as para realizar el ritual
durante la noche.
La Auxiliaría aún mantiene la
tradición de elaborar de manera simbólica el ataúd donde se cree que se
encuentran las almas de todos los difuntos, por lo cual, para estas fechas, en
el interior de la Auxiliaría existen dos altares, el de las Varas Altas de
Moisés, que es permanente, y el de las Santas Ánimas, que solamente permanece
durante esta celebración. Actualmente, este rito se ha convertido en una
celebración de carácter familiar (Becerra y Rápalo, Revista Yaxkin Vol. XVI,
N0. 1y 2, diciembre de 1997).
Para la ceremonia de las Santas
Ánimas o Espíritus de los Muertos se elabora un Altar Mayor en el interior de
la casa con ofrendas de comida y bebida hechas de maíz, base de su alimentación y de la cosmovisión de las
culturas mesoamericanas; candelas, copal, cruces, flores, hojas de pacaya, pino
y aves para el sacrificio y posterior consumo. Entre los alimentos-ofrendas se
encuentran el chilate, la chicha, las tortillas, los tamales y las mazorcas.
Este ritual lenca solamente puede ser realizado por la
persona de mayor edad dentro del grupo familiar, porque lleva implícito el
ejecutarlo de manera perfecta, cuidando desarrollar todos los pasos y los rezos
correctamente, ya que un rezo mal realizado lleva consigo el enojo de las
Santas Ánimas, que en este caso es a quien va dirigido, y quienes,
insatisfechas, pueden enviar malas cosechas, enfermedades y plagas. De aquí la
importancia del rezador, que es un mediador entre el mundo profano y el mundo
sagrado, entre lo divino y lo terrestre, entre lo alto y lo bajo, es el que
establece la relación entre estos mundos a través de la acción del ritual pero
particularmente a través del lenguaje, (rezos).
En el ritual de la Veneración de las Santas
Ánimas se coloca dos cruces dedicadas a
San José, denominadas “la de San José Grande y la de San José Chiquito”, están
adornadas con listones de colores que simbolizan el arco iris, que observó Noé
después del diluvio. Estas imágenes representan lo divino en el altar frente a
otros elementos que están relacionados con lo terrestre como las flores, hojas
de pacaya, el copal, las velas y las ofrendas, etc.
Las Ánimas se encuentran en la misma
categoría que la Santísima Trinidad, por ser las únicas en tener la facultad de
bendecir las cosechas, los animales, las casas, los familiares y a otras
personas, pero también la capacidad de aceptar o no el ritual; dependiendo de
cómo se haya realizado, así estarán satisfechas o no. En este sentido se espera
cada año la presencia de las Ánimas especialmente para compartir a nivel
familiar los alimentos obtenidos durante el ciclo agrícola representada en las
ofrendas; además para procurar su bendición por medio de las oraciones o
doctrina como ellos le llaman, que comprenden Padres Nuestros, Aves Marías,
Salves, Rosarios, Credos y Acto de Contrición.
El primer paso es realizar un rezo
introductorio que consiste en dar
la bienvenida a las Santas Ánimas e informarles en qué consistirá el rito. El segundo paso
radica en el ofrecimiento del copal y el alumbramiento del altar. El copal se
utiliza a todo lo largo de la ceremonia y sirve para purificar el altar, las
ofrendas y las personas. En este paso se
rezan: Padre Nuestro, Ave María, el Credo, Acto de Contrición y Salve:
El tercer paso es el ofrecimiento
del vino, simbolizando de forma equivalente a la eucaristía católica, el
oficiante lo ofrece como vino pero lo que se reparte en realidad es chicha[2].
El cuarto paso es el ofrecimiento del “fresquito” (chicha o café), que es compartido
entre todos los familiares.
El sacrificio de las aves es en
ofrenda a las Ánimas, para obtener a cambio buena salud, buena vida y buenas
cosechas para la comunidad. Se sacrifica generalmente un jolote y un gallo, el
sacrificio es realizado por los familiares y no por el rezador (él solamente es
colaborador), la sangre se vierte en un plato con sal, el cual no se coloca en
el altar porque según las creencias es prohibido por la fe de Dios. La sangre
se utiliza para cocinar posteriormente las aves que se servirán en la mesa.
El ritual dura
toda la noche. En la madrugada ofrecen café y por último hacen el levantamiento
del altar. En el momento de hacer el levantamiento se utiliza el copal y la
candela, se requiere de una segunda persona para hacer este paso que comienza
con el levantamiento de las ofrendas, luego se levantan las cruces con especial
cuidado para llevarlas al cementerio, después que se levanta el resto del
altar, se hace un “encaminamiento”, es decir se va a encaminar todo lo que ha
quedado después de realizar el rito, los desperdicios (hojas de tamal, de pino,
flores secas, etc.); se depositan en el mismo patio de la casa; generalmente se
entierran al lado de un árbol para que los niños no jueguen con ellas, ya que
se considera un pecado, también se puede colocar al lado de una mata de
plátano. Esta acción es un paso sumamente simbólico pues al término del ritual
todos aquellos elementos y ofrendas que componían el altar pierden su carácter
divino y simbólico y pasan a convertirse nuevamente en objetos de la vida
diaria, el enterrarlos enfatiza su origen. Igualmente el rezador vuelve a su
vida cotidiana.
Estas
tradiciones del pueblo étnico Lenca forman parte de nuestro patrimonio cultural
inmaterial y requiere del apoyo del Estado, pues su ejecución tiene
implicaciones económicas, gastos que estas comunidades no pueden solventar
debido a la pobreza en que actualmente viven. Cumplen funciones de cohesión, espiritual y de resistencia dentro de las comunidades. En este tipo de tradiciones todos participan de manera diferente: niños, jóvenes, mujeres y hombres
tienen un rol determinado en la realización de estas prácticas ceremoniales.
Ojalá estas tradiciones continúen para no perder nuestra cultura.
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