Hablar y escribir para no morir
Rebeca Becerra
Tegucigalpa M.D.C septiembre de 2009
Publicado en:
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Nos dice María Inés García Canal en un análisis sobre la obra de Foucault que “hablamos y escribimos para no morir: en tanto estemos en relación con el lenguaje, en tanto se hable o se escriba, se está inmerso en la vida. Hablamos y escribimos para sabernos vivos, para enfrentar la muerte”. (García Canal: 2005) El hablar y el escribir se dan en un tiempo y en un espacio determinado, es decir que al hacerlo le estamos robando tiempo a la muerte. Si no escribimos y hablamos imponemos nuestro propio silencio, el silencio de la muerte.
Hablar y escribir para
transgredir la muerte, como lo han hecho nuestros pueblos étnicos creativamente
durante siglos para mantener vivas sus tradiciones transmitidas a través del
lenguaje oral.
En esta lucha de resistencia
contra el Golpe de Estado el lenguaje ha sido parte imprescindible para la
expresión que se ha volcado hacia dos corrientes: Una la respuesta inmediata de
una comunidad de creadores profesionales e intelectuales y dos la respuesta del
pueblo a través de la creatividad popular y el testimonio de la ignominia.
Las paredes, el suelo son la
paradoja de la hoja de papel porque el pueblo no tiene donde escribir su furor;
el lenguaje ha buscado nuevos soportes no tradicionales, el cuerpo también
sirve para la protesta; a través del lenguaje escrito y oral hemos tomado
posesión de paredes, calles, el ciberespacio, espacios abiertos, el papel y la
radio.
El lenguaje se ha convertido en
una emergencia inmediata, que como bien expresa Helen Umaña, ampliándolo a toda
la expresión artística surgida “es parte del testimonio de lo vivido, que
conforman ya un riquísimo e incuestionable testimonio que permitirá conocer, en
un inmediato futuro, tanto la magnitud de la perfidia con que se ha actuado en
Honduras como la heroica e inesperada respuesta del pueblo hondureño” (Helen
Umaña: El arte: reflejo de la vida: 2009).
Afuera del lenguaje utilizado
por el pueblo está la realidad política, el terror, la realidad que nos impone
el gobierno de facto, el discurso que a costa de todo y a través de los medios
de comunicación falsean la realidad. Adentro de las palabras que emanan del
pueblo está la esperanza, el dolor, la catarsis, la transformación porque el
escribir cambia, modifica, transforma al que lo hace y si el pueblo ha tomado
como suyo el lenguaje como forma de expresión está sufriendo una transformación
hacia lo consciente.
En los procesos revolucionarios
al pueblo le pertenece un destacado papel en la cultura…es el pueblo el que
crea las bases de la producción espiritual y las condiciones para su progreso.
El pensamiento y el lenguaje, el conocimiento y la escritura están (íntimamente
relacionados con su actividad revolucionaria). El pueblo es el creador del
elemento más importante de la cultura, es decir, del lenguaje. (A. Sertsova y
otros: 1988).
El lenguaje nos ha alejado de
los que nos hacen daño a través de poemas, canciones, acrósticos, consignas,
denuncias por la radio y la televisión, testimonios escritos, chistes,
oraciones, misas convirtiéndose en un elemento de cohesión en la lucha de
resistencia; acercándonos a los que compartimos: el sufrimiento, la alegría, el
cansancio, el hambre, la represión, la tortura y la muerte.
Lenin afirma que las
revoluciones son las fiestas de los oprimidos y explotados y es cuando la
creatividad alcanza su mayor fuerza y presencia; por lo tanto el proceso del
momento histórico es un proceso creativo; de ahí que el proceso revolucionario
iniciado en Honduras, a pesar del sufrimiento, es un proceso creativo
divergente de quienes nos oprimen, nos desdeñan, nos asesinan, de los que
solamente pueden crear muerte.
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